La crianza contenida

Es esperanzador ver que en las últimas décadas va creciendo un movimiento que busca llevar los buenos tratos a la infancia, y conmueve especialmente todas las dificultades que nos vamos encontrando para intentar llevarlo a cabo, que desde mi punto de vista tienen que ver con una suma de una gran exigencia, y con un conocimiento insuficiente tanto de la infancia como de nosotrxs mismxs. Tenemos clara la finalidad, que muchas veces pasa por “haré que mis hijxs tengan una infancia feliz y sin represiones”, pero que en el fondo quiere decir “haré que tengan una infancia mejor que la mía, no cometeré los errores que han cometido mis padres”. Y desde aquí nos lanzamos a la aventura de ser madres y padres, pensando muchas veces en lo que no queremos hacer, y con la premisa muy noble de tratar bien a nuestrxs hijxs.

Sin embargo, estas ideas tan bonitas no acaban de corresponderse con las vivencias de la maternidad-paternidad, que se trata de una acción cotidiana que excede mucho el plano de las ideas, en la que tenemos que improvisar permanentemente y que nos remueve sentimientos y emociones muy profundas. Y tener como punto de partida aquello a lo que nos queremos oponer no ayuda demasiado, porque a veces por ese camino, actuando por reacción a lo vivido, llegamos a sitios poco felices.

¿Qué son realmente los buenos tratos? ¿Qué hacemos con las emociones complejas cuando aparecen? ¿Qué hacemos con nuestro enfado, nuestra rabia, despertada por las actuaciones de nuestrxs hijxs? ¿De verdad nos creemos inmunes a estas emociones? ¿Pensamos realmente que podremos ser la madre (o el padre) hiper comprensiva que todo lo puede acoger? ¿Realmente creemos que este es el ideal de crianza?

De alguna manera, iniciamos la crianza con voluntad, y nos proponemos tener una paciencia imposible, más allá de la real, como si nos la regalaran con el nacimiento de nuestrxs hijxs. Y nos encontramos con que no sabemos donde está esa paciencia con los primeros cólicos de nuestrx bebé. Y como sabemos que él o ella no merece recibir nuestra rabia (que seguramente se nos despierta por impotencia), nos dedicamos a aguantarla dentro nuestro, a contener. Y ahí empieza un camino que en realidad no está exento de violencia, sobre todo hacia nosotrxs mismxs, a lxs que nos maltratamos guardando aquello que debería salir (no sobre nuestrx hijx, claro); pero también hacia nuestros infantes, a los que les acabamos pidiendo una contención similar frente a su propia frustración, que buscamos acallar a través de lo que Jesper Juul llama la violencia de las múltiples explicaciones.

Creo que confundimos buen trato con contención de las emociones difíciles, como si el buen trato pasara por tener siempre un semblante tranquilo y alegre. Y se genera una contención de toda emoción intensa, o una culpa cuando finalmente sale. Y desde aquí estamos criando seres que vivencian de forma repetida esta contradicción, pero que además acaban concluyendo que algo está mal en ellos con su amplia gama emocional y la intensidad de las emociones que se les despiertan. Porque el mensaje que acabamos dando es que lo correcto es expresar poco, y los acabamos invitando a contenerse a ellos también.

Está claro que vivir en un clima de gritos permanentes es un inhibidor del bienestar del infante, e incluso puede ser un problema importante para su desarrollo. Pero vivir con seres humanos que contienen su propia rabia, y la disfrazan de frases amables, tampoco es una ambiente del todo adecuado.

¿Cómo podríamos integrar la propia rabia en la crianza sin dañar a nuestrxs hijxs? ¿Cómo podemos llevar a cabo una crianza basada en los buenos tratos que no sea contenida?

Integrar mi amplitud emocional, reconocerme en aquellas emociones más complejas, aceptar que todo ello forma parte de mí, es el primer paso para aprender a transitar las emociones de forma asertiva. Buscar espacios de cuidado personal (que pueden materializarse en un paseo, una salida con amigxs, bailar, un baño, ejercicio, terapia, un café con un buen libro, o muchísimas otras opciones), esos espacios que tanta culpa nos dan, pero que son la forma más saludable de estar nutridas para nutrir, es imprescindible.

Pero, y de forma más humilde, seguramente también necesitemos aceptar nuestro punto de partida real e ir construyendo desde aquí, buscando soluciones personales, sin pedirnos imposibles ni acabar ejerciendo una exigencia sobre nuestrxs hijxs que no forma parte de nuestra idea original, pero que aparece como efecto colateral de esta autoexigencia y contención. Y sobre todo debemos comprender que para poder dar buen trato a nuestrxs hijxs, también debemos poder brindárnoslos a nosotrxs mismxs.

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