Las vivencias de nuestra infancia nos marcan y configuran nuestra manera de vivir y comprender el mundo. Nacemos como seres muy abiertos, con todo lo potencialmente positivo y negativo que esto tiene. Si bien tenemos algunas programaciones fijas en nuestro “cerebro antiguo” (reacciones de protección frente a determinados estímulos), nuestra corteza cerebral permite en su configuración una incidencia muy grande del ambiente, de las vivencias, y por lo tanto una adaptación óptima al medio (el problema es que el medio no siempre es óptimo para el desarrollo infantil). De alguna manera nuestra infancia, las vivencias que tenemos en los primeros años de vida, moldea lo que consideramos “normal”, las actitudes que nos permiten tener mayor éxito de supervivencia (como cualquier otro ser vivo, priorizamos aquello que nos permita sobrevivir), y nos abre o nos cierra a la confianza, al placer y al vínculo con los/as otros/as.
Jessica Alexander e Iben Sandahl han llamado a toda esta serie de reacciones que nos salen de manera automática, y a nuestra manera particular de comprender lo que pasa y nos pasa, nuestra configuración de fábrica. Y esta se genera durante la infancia, a raíz de situaciones, sobre todo repetidas, que vamos viviendo y que nos van marcando. Incluye evidentemente algunas reacciones muy sabias y protectoras, pero también defensas que nos acorazan frente a determinadas situaciones que al menos en cuando éramos niños/as se nos hacían demasiado grandes, y que muchas veces no son las reacciones más adecuadas para vivir de forma plena. Jesper Juul hace una interesante descripción de estas reacciones que fueron funcionales en la infancia y que ya no lo son, nombrándolas como estrategias de supervivencia, y caracterizándolas como parcialmente autodestructivas, pero también con posibilidad de cambio, una posibilidad que se sostiene en el amor que recibimos y en el deseo propio.
Esta información a veces resulta una fuente de angustia para madres y padres que acompañamos infantes, porque no somos perfectos/as, nuestro acompañamiento dista de serlo, y pensamos que podemos estar haciendo un daño permanente a las criaturas. Lo cierto es que dejaremos marcas en nuestras/os hijas/os, y las vivencias que les ocurran fuera de nuestro control, dejarán otras. Pero esto no es un problema, sino más bien una realidad que nos toca aceptar, una característica de la vida humana. Y parte de lo que significa ubicarme en el rol de madre/padre es asumir esta información. Asumir incluso que yo (igual que cada una de nosotras, personas imperfectas y con nuestras marcas y nuestra configuración de fábrica a cuestas), dejaré marcas no positivas en mis hijos; y que el día de mañana (y el de hoy también), les tocará lidiar con ello.
Esto no significa tirar la toalla, ni creer que en la crianza de los/as hijos/as da todo igual: sólo significa salir de una idea romántica, exigente y muy poco madura (y la madurez es necesaria para poder asumir nuestro rol), que dice algo así como que haciendo todo bien podremos evitarles a nuestras/os hijas/os todos los sufrimientos y marcas limitantes que nosotros hemos padecido y padecemos. Claro que hay circunstancias que son favorecedoras y otra que son coartantes, pero el sólo hecho de exigirnos ser perfectos/as en relación a nuestros retoños, nos deja en una situación paradójica, porque toda exigencia hacia nosotras/os, les acaba llegando y no es favorecedora para ellos/as.
La buena noticia es que tenemos capacidad de cambio: esta capacidad que nos permitiría, volviendo a parafrasear a Jesper Juul, cambiar nuestras estrategias de supervivencia, por estrategias de vida. Cambiar no es fácil, requiere deseo, consciencia y constancia; y muchas veces es necesario que alguien nos acompañe para poder llegar a delimitar aquellas estructuras internas que no nos favorecen a nosotras mismas ni nos ayudan a convivir, y construir nuevas.
La mayor ayuda a nuestros hijos e hijas es poner el foco en nosotras y trabajarnos todo aquello que no nos es funcional para vivir con plenitud. Porque este trabajo sobre nosotras nos permitirá acompañarlos desde un lugar mucho más saludable, y también porque educamos más con el ejemplo que con la intención. Y nuestro ejemplo como personas que buscan de forma proactiva una mejora en la propia vida, no sólo repercutirá en nosotras y nuestra manera de afrontar la vida, sino que también será un regalo que haremos a nuestras/os hijas/os para la construcción de sí mismas/os.