La disponibilidad materna

«Pero para garantizar el crecimiento y desarrollo de un niño hay que cuidar fundamentalmente a los adultos que se ocupan de ese niño, porque finalmente nadie puede dar lo que no tiene. No se puede brindar sostén, respeto, continencia, afecto, si uno no se siente querido, sostenido, contenido, reconocido y respetado«. Chokler M., Los organizadores del desarrollo.

En el cuidado de infantes y bebés hay una acción central, clave, que cubre una necesidad real y que les permite dedicarse a la actividad propia, dirigida desde dentro y ligada a su desarrollo: me refiero a brindar atención. La atención no dividida (una atención de cuerpo y mente presente) de una persona adulta cercana sostiene a los infantes (sobre todo cuando todavía no han integrado la continuidad de sí mismos), y además les trasmite un mensaje de validez por el hecho de ser, “merezco atención sin tener que hacer nada en particular para conseguirla”; con lo cual les ayuda en la construcción de una autoestima sólida. Y cuando se trata de algo continuado, les da seguridad.

Además, esta atención garantiza que se cumplan otras necesidades básicas, ya que si estoy atenta a mi bebé, a mi hijo/a, podré saber qué necesita y hacer lo necesario para cubrir aquellas necesidades que tienen que ver con la supervivencia tanto física como psíquica. Asimismo, esta atención no dividida, esta presencia, permite hacer crecer el vínculo: entre vínculo y presencia hay una retroalimentación permanente.
Cuando hablamos de atención, de presencia, evidentemente estamos hablando de disponibilidad: de predisposición y de tiempo de una persona para dedicarse a esta tarea de cuidar al infante. Una disponibilidad que requiere un tiempo suficiente, que es inversamente proporcional a la edad de la criatura, y que ha de ser completa o casi completa cuando hablamos del cuidado de un bebé. La disponibilidad de una persona que cumpla la función materna es esencial para la supervivencia actual tanto física como psíquica del bebé. Y su carencia, aunque no se trate de una falta absoluta, tiene consecuencias, deja marcas, no sólo en el presente de él o la bebé, sino también en el futuro de la persona. De hecho, aunque sabemos que una buena vinculación posterior puede dar lugar a la resiliencia, estas marcas no desaparecen aunque lleguen a superarse (total o parcialmente) las consecuencias de los daños causados.

El ser humano tiende al desarrollo, pero para poder desarrollarse tiene que tener cubiertas unas necesidades básicas que podríamos resumir en todas aquellas que garantizan su supervivencia tanto física como psíquica: homeostasis corporal (el equilibrio complejo que necesita nutrientes, descanso, temperatura adecuada y buen funcionamiento interno), pertenecer al grupo social, y el amor bien entendido como atención y aceptación. Y todo esto, cuando es lo habitual, da como resultado una sensación de seguridad que el infante podrá llevar consigo a lo largo de su vida.

Un bebé tiene un desarrollo espectacular en los primeros dos años de vida. Y para ello necesita que una persona realice un vínculo cercano con él/ella, para cubrir unas necesidades que no podrán ser nombradas (al menos no durante el primer año), para acompañarlo leyendo lo que necesita con equivocaciones y errores propios de lo humano, pero con gran cercanía, con una mirada amorosa, con un deseo de ofrecer confort a la criatura. A esta atención implicada que requiere una gran disponibilidad la llamamos función materna. Es un sostén, un vínculo y una serie de lecturas y respuestas, un diálogo tónico-emocional y también práctico, para conseguir el bienestar del bebé.

Este primer vínculo fundamental con la persona que ejerce la función materna, que se ha
denominado vínculo de apego, sienta las bases para la vinculación posterior con otras personas, define la manera en la que el bebé se autopercibe y posibilita o dificulta el desarrollo del infante. Porque, si se establece de forma sólida y continua, funciona como una base segura desde la cual investigar el mundo y a la cual volver frente a las dificultades.

Desde la teoría del apego se han hecho varios estudios que comprueban que los problemas y la poca seguridad en el primer vínculo (o en los primeros), tienen consecuencias en la forma de vincularse en el futuro. Pero más allá de no poder prever exactamente los resultados que tendrá la falta de disponibilidad materna en el futuro, porque por suerte hay factores que pueden colaborar con desarrollar la resiliencia, sí que es posible ver que esta carencia afecta claramente la experiencia presente del bebé, válida e importante en sí misma.

Este rol de cuidado, este vínculo fundacional, normalmente lo realiza una persona y no se comparte a partes iguales entre dos (al menos lo ejerce una persona a la vez), y esto permite una percepción de continuidad tanto en relación al vínculo como a la autopercepción del bebé. Y, mal que nos pese, en la mayor parte de los casos lo realiza una mujer que cumple el rol de madre, por eso hablo en este artículo de disponibilidad materna.

Cómo entendemos la función materna, quién entendemos que debe cumplirla, qué diferencias vemos en si la cumple una u otra persona, e incluso si puede ser cubierta por varias personas diferentes, su carácter instintivo o socialmente construido, el peso de las hormonas, qué impronta dejan estas diferencias en las y los bebés, futuros infantes, adolescentes y personas adultas, está fuertemente demarcado por nuestra época y por nuestro posicionamiento teórico e ideológico. Sin embargo, con el conocimiento actual es indiscutible que quien (o quienes) ejerce(n) esa función, establece(n) un vínculo que será fundante de lo vincular, de las posibilidades de vincularse con otras personas de forma sana, que estará cubriendo una necesidad intrínseca en el bebé, y que su manera de hacer dejará, como decíamos, marcas, huellas, más o menos visibles.

Todas las personas que hemos decidido poner el cuerpo (y todo nuestro ser), para ejercer el cuidado de una criatura pequeña sabemos que esto requiere mucha energía, mucho tiempo (como decía es una tarea de tiempo completo cuando se trata de un bebé), y una cierta integridad física, psíquica y emocional y, aún así, con un hijo/a dentro de los parámetros amplios de la salud, y con un cierto apoyo, hay momentos duros. Pero si además se suman otros factores como preocupación por lo económico, problemas de salud del bebé o propios, falta de apoyo del entorno, soledad… entonces se torna casi imposible mantener esta entereza, esta disponibilidad real, y no estar “a medias” en el
mejor de los casos.

Como sociedad, en la práctica, todavía no nos hacemos cargo de esta necesidad de contacto y atención, de las consecuencias de esta ausencia en el bebé, ni de las implicancias futuras en la vida de las personas, ni tampoco en la salud social, en la construcción del entramado social. Personas a nivel individual, o pequeños grupos comprenden la importancia de este vínculo y por lo tanto de la necesidad de al menos una persona con disponibilidad para cubrir esa necesidad. Y esto es muy bueno para casos individuales, pero muy exigente y muy difícil frente a cualquier tipo de dificultad.
Hacernos cargo como sociedad implicaría facilitar y reconocer, valorar y buscar maneras reales de favorecer esta disponibilidad. Implicaría políticas y acciones concretas, que a día de hoy no existen, al menos no de forma generalizada.

¿Sería diferente si como sociedad valoráramos la función materna de otra manera?

Cuando en mi trabajo con familias se hace visible la importancia de esta disponibilidad materna, aparece una sensación de agobio o culpa por parte de quien ejerce esta función, ya que parece un peso muy grande el cargar con la responsabilidad de favorecer o entorpecer el desarrollo actual y posterior de un ser humano. ¿Es esta una responsabilidad de una sola persona? ¿El desarrollo de cada ser humano atañe sólo a su familia cercana o es una responsabilidad social?

Está claro que no es sólo responsabilidad de quien cumple la función materna. La responsabilidad es social, porque estamos hablando del cuidado de la vida, del valor más importante de las sociedades que son las personas, e incluso, como decía antes, porque es la manera de cuidar el entramado social: porque individuos sanos podrán generar un entramado social sano.

Si consideramos este cuidado inicial una responsabilidad social, entonces como sociedad debemos cuidar a la madre (o a quien realice la función materna) para que pueda dedicarse a su función. Es una responsabilidad social garantizar la disponibilidad de una persona para establecer el vínculo con la criatura recién llegada y ejercer su cuidado de forma competente. Para esto es fundamental reconocer la importancia de esta disponibilidad, valorar la función materna como un rol social central. Porque en el cruce entre la necesidad de ser aceptada y de pertenecer, aparece la necesidad de reconocimiento, de validez de mi función para mi grupo. Para pertenecer es necesario que el grupo me perciba como válida, pero si consideramos el tiempo de dedicación exclusiva a las criaturas como un tiempo fuera de la vida social, una internación en un piso solitario que acaba con a vuelta a la vida de la madre, la vuelta al trabajo, entonces no estamos reconociendo eso que ahí ocurre como parte de la aportación social, sino más bien como un impasse íntimo y privado.

En este sentido los grupos de madres (tan nutritivos, tan necesarios, tan amigables para una madre en etapa puerperal), no son más que un parche, una salida de emergencia para una situación que no se sostiene. Porque, si bien cumplen una función muy importante de apoyo y de reconocimiento, de tribu, en un momento histórico de tanta soledad en la maternidad, verlos como la solución es continuar trasladando toda la responsabilidad, otra vez, a las madres, y dejar en manos particulares y minoritarias una valoración que debería ser mayoritaria y general.

Cuando la atención está y no está en el bebé

Cuando el bebé tiene dificultades, presenta problemas, enfermedades, etc., la atención al bebé va alternada (cuando no sustituida), por la preocupación que muchas veces impide atenderlo, mirarlo, estar realmente con él o ella. Incluso las dudas, pequeñas preocupaciones, a veces impiden la presencia, dificultan esta disponibilidad necesaria para que el bebé se desarrolle. Y aquí es posible generar un círculo vicioso, porque esta preocupación que le quita atención al bebé puede ralentizar más su desarrollo y a la vez generar más preocupación. Con lo cual un desarrollo lento puede derivarse en un desarrollo entorpecido por la no disponibilidad materna.

Esto lo veo muchas veces en relación al desarrollo motriz, y siempre planteo lo mismo: la energía es finita, y si el bebé la utiliza para llamar la atención de una madre preocupada y no disponible (recordemos que esta atención es una necesidad básica), no puede utilizarla para desarrollarse.

¿Quién ayuda a una madre de un bebé con dificultades para aceptarlo y brindarle una atención no preocupada, que es lo que el bebé necesita para poder desarrollarse? ¿Quién acompaña y cuida el vínculo materno-filial? ¿Quién mira a la madre que busca, con miedo, diagnóstico en neuropediatras, fisioterapeutas y logopedas? ¿Quién cuida de aquella madre que tiene una depresión post-parto y no tiene predisposición para ocuparse de su bebé, lo que le genera culpa que aún entorpece más su recuperación? ¿Qué acciones tranquilizan a una madre que teme no poder cubrir las necesidades materiales de su bebé?

El valor social de la función materna

Creo que aquí tenemos un movimiento importante que hacer como sociedad, un reconocimiento y un abrazo hacia las personas que cumplen la función materna, una aceptación de la necesidad real de los bebés recién nacidos, del valor social de cubrir esas necesidades, y a partir de aquí unas políticas concretas y diversas (para contemplar diferentes realidades) que faciliten a todos los niveles (material, emocional e incluso profesional), que cada bebé y cada infante tenga cubiertas sus necesidades, y que posibiliten la disponibilidad de quien cumpla la función materna.

Una personita en desarrollo necesita contacto, ser mirada desde sus capacidades, que la valoren por el hecho de existir, que la acepten y la acompañen. Necesita vincularse con una persona predispuesta a satisfacer sus necesidades, con la energía y los recursos suficientes para conseguir su bienestar. Pero todo esto no se lo podemos cargar sólo a quien cumpla la función materna, ni tampoco a una pareja, ni siquiera a la familia cercana. Que esta disponibilidad la tengan, al menos, la mayoría de los bebés e infantes depende de que, como sociedad, se valoren la función y la disponibilidad maternas como necesarias e imprescindibles para la salud de la infancia y de la
sociedad, y se ayude a sostenerlas. Nutrir a las personas que cuidan de una vida, apoyar y valorar a aquellas personas que están aportando tanto al presente como al futuro de la salud global de un ser humano, y también del entramado social, es básico en una sociedad saludable. Porque, como dice Myrtha Chokler, nadie puede dar lo que no tiene, y no podemos exigir a la persona o a la pareja lo que no somos capaces de brindar como grupo.

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