¿Os hacéis alguna vez el regalo de pararos delante de cualquier forma de vida y simplemente observarla? Pienso ahora mismo en un árbol: en su tronco, sus ramas, sus hojas, frutos, semillas… Sus raíces, que se asoman por encima de la tierra, y que no podemos ver hasta dónde se han deslizado por debajo, seguramente enlazadas con otras raíces, acompañadas de otros muchos seres vivos. Igual que la parte visible, que alberga y se interrelaciona con muchas otras vidas. ¿Cuántos años han sido necesarios para llegar a su estado actual? ¿Cómo de complejo ha sido el desarrollo desde una semilla, que provenía de otro árbol? ¿Cuántas crisis habrá pasado? ¿Cómo ha sido el incesante diálogo entre sus ciclos internos y los ciclos externos? ¿Cuánta salvia corre en su interior? ¿Cómo se produce el intercambio permanente entre sus distantes raíces y ramas? ¿Cómo sigue a través de los años su persistente proceso de desarrollo que lo ha llevado a ser único, y también uno más de su especie? Personalmente me maravilla hasta conmoverme poner atención en la vida, casi casi misteriosa…
Y me pregunto cuántas veces frente a nuestros hijos e hijas nos olvidamos que estamos acompañando y cuidando procesos de vida. Es más, me pregunto si tenemos presente que nosotras mismas formamos parte de esta misteriosa maravilla. Y me lo pregunto sobre todo en relación a una cierta ansiedad que tenemos las mamás y los papás ante las dificultades de nuestros retoños. Una ansiedad que aparece muchas veces cuando acompaño a aquellos que cuidan la infancia, una cierta ansiedad frente a resoluciones, resultados que parecen no llegar. Olvidando que sólo vemos una parte del proceso.
Os pongo un ejemplo sencillo. Si cuando tenemos un bebé estamos esperando el momento en el que el bebé camine, y buscamos sólo el resultado nos parecerá muy larga la espera. Pero pasa lo mismo si esperamos que repte, que luego gatee, y que recién después camine. Y es más, pasa lo mismo si esperamos ver el proceso completo con sus pequeños avances intermedios (media vuelta, vuelta entera, reptar, gatear, etc.), porque en definitiva en todos los casos buscamos el cambio visible, nos asusta no verlo. ¿Por qué esta necesidad? Muchas veces nos falta confianza en la vida, y una comprensión de la profundidad que tienen los procesos vitales, entendiendo que hay una pequeña parte que podremos ver, y una gran parte invisible desde el exterior.
Cuando vemos aquello manifiesto de los procesos vitales, si no nos paramos a reflexionar sobre todo aquello que se está movilizando por dentro, no podemos tener una comprensión cabal de la totalidad. En muchos de estos procesos hay una parte que es madurativa, en la que es necesario que algún sistema esté maduro para que sea posible llegar a un cierto hito. Es más, puede ser necesaria la maduración de más de un sistema y que avance la interrelación entre estos sistemas diferentes. Además puede haber en el camino otra cuestión urgente que resolver a nivel físico o psíquico que requiera buena parte de la energía vital (que no es infinita, claro), y que deje a un determinado proceso en un momentáneo reposo. Y hay muchos factores que influyen, desde las tendencias genéticas hasta la realidad material del entorno, pasando por la actitud y el momento de aquellos que nos acompañan y las circunstancias particulares que nos toca transitar. Además de que los procesos no son lineales, y lo que parece un retroceso, a veces es simplemente la necesidad de afianzar algo (incluso la certeza de que algo no me está permitido o hace daño a los otros), para pasar a la etapa siguiente.
De hecho si un proceso parece estancado y nosotros desde el exterior nos dedicamos a estirar de él, a exigir de forma más o menos directa un resultado, no conseguiremos nada muy positivo. Porque si por algún motivo necesita más tiempo del habitual (o más tiempo del que marca nuestra expectativa, que en realidad no es ninguna medida objetiva, no?), será sencillamente perjudicial intentar avanzarlo. Recuerdo ahora el hermoso título de un libro que se llama “Los árboles no crecen tirando de las hojas”, y creo que si volvemos a la imagen de ese árbol que pensábamos en el inicio de este escrito, nos daremos cuenta cuánta verdad tiene esta frase.
La vida tiene tiempos largos, y lo que conseguimos más rápido no siempre será para mejor, incluso a veces rapidez es igual a superficialidad, sobre todo si esta rapidez ha venido forzada desde el exterior. Algunas veces, de hecho, este mismo deseo de resultados que tenemos las mamás y papás, esta necesidad de que nuestras hijas e hijos consigan algo, podría estar forzando su proceso. Porque buscando nuestra aceptación, que es una necesidad básica para ellos, pueden querer satisfacernos incluso saltándose pasos necesarios para consolidar un proceso, o dejando de lado algún otro asunto que era para su organismo urgente de resolver.
La paciencia, no desde la autodisciplina, ni desde la resignación o el desinterés sino desde la confianza y la comprensión de la magnitud de complejidad de los procesos vitales, es necesaria para evitar interferir de forma inadecuada en el desarrollo de nuestros retoños. Pero además esto también podría ser válido para facilitarnos nuestros propios procesos vitales, para facilitarnos el continuar nuestro desarrollo acercándonos cada vez más a nuestro potencial: somos pacientes con nuestros propios procesos? ¿Confiamos?
Esto que escribo no es una invitación a sentarnos a esperar con los brazos cruzados que nuestros niños crezcan sin más. Sino más bien una reflexión sobre la necesidad de estar acompañados desde la confianza: sentir que alguien nos acepta y confía en nosotros es casi una condición para poder crecer adecuadamente. Y ofrecer esta confianza es una de nuestras grandes tareas a la hora de cuidar la infancia que acompañamos. Buscando dar las herramientas adecuadas, sabiendo leer que a veces algunos procesos pueden necesitar una ayuda externa porque se están topando con alguna dificultad. Y siempre teniendo en cuenta que cuando miramos nuestras hijas y nuestros hijos sólo vemos una parte de lo que en ellas transcurre: que una gran parte del desarrollo que están realizando es invisible a nuestros ojos, pero está ocurriendo, como gran parte de los procesos de vida, que inexorablemente fluyen por todos los rincones del planeta.