Un par de semanas atrás ofrecí una charla sobre vínculos entre hermanos, a la que asistieron sobre todo mamás muy predispuestas a escuchar, y con deseo de resolver y de ver si podían hacer algo para favorecer un buen vínculo entre sus hijos/as. Los conflictos eran una preocupación, pero rondaba en el aire otra, más básica, que era el deseo de que estos seres por los que tanto amor sentían ellas, pudieran hacer crecer su amor entre ellos/as.
Fue un encuentro muy bonito, y a medida que la charla avanzaba, se iban produciendo movimientos internos en las personas presentes. Varios rostros denotaban pensamientos, reflexiones, sentimientos… Y cuando pedí que compartieran qué se llevaban, aparecieron muchas cuestiones que tenían que ver no con sus hijos/as, sino con ellas mismas y su propio vínculo con sus hermanas/os; o con su propia imposibilidad de no intervenir (de no ocupar el centro, también…); o incluso con su idea de justicia, seguramente muy marcada por la propia historia personal.
Y esto es algo que pasa muchas veces: en el acompañamiento que hacemos las personas adultas a nuestras hijas e hijos, en todas las acciones que realizamos para acompañarlos, se nos mueven, se nos actualizan y se nos re-aparecen cuestiones de nuestra propia historia. De cómo nos hemos sentido cuidadas, de carencias que arrastramos, de deseos de más atención, de necesidad de más aceptación, de un reconocimiento diferente, de cómo cargamos con mandatos que no nos ayudan en nuestro desarrollo, de cómo hemos aprendido a vincularnos en el seno de nuestra familia, de las exigencias que nos conforman…
A veces nos aparecen de forma consciente, entendemos lo que nos pasa. Pero muchas otras veces, algo nos moviliza profundamente, nos aparece un malestar, pero no podemos ponerle nombre. Porque no sabemos, porque duele, porque no tenemos la predisponibilidad, porque a veces ni siquiera nos damos cuenta que se trata de un movimiento interno, y creemos que lo que da lugar al malestar es la situación externa que le ocurre a nuestra hija/o, el problema.
Evidentemente que hay situaciones que nos movilizan por su gravedad real, que nos despiertan preocupaciones, inquietudes, o hasta fastidio, realmente conectado sólo con lo que está pasando (con lo que les está pasando a nuestras hijas/os). Pero tantas otras veces reaccionamos de una manera excesiva, o nos sentimos demasiado dolidas, o incapaces, y esto nos habla de que hay algo más. ¿Reconocéis esta sensación?
Como mamás y papás hemos sentido esto muchas veces, con más o menos predisposición, en un mejor o peor momento para que esto salga; vemos que inevitablemente acompañar a nuestros hijos nos remueve, nos conmueve y nos reactualiza cuestiones personales que no tenemos cerradas. A veces simplemente nos informa que el dolor sigue ahí. A veces nos trae temas que no teníamos ganas de volver a tocar. Nos hace replantearnos ideas, nos cuestiona nuestros valores.
Por momentos desearíamos que fuera posible no salir tocadas por una situación que ya de por sí es compleja de acompañar. Sin embargo sabemos que no saldremos ilesas de este tránsito. Como el camino del héroe, el acompañamiento cercano, íntimo a la evolución de otros seres humanos nos transforma. Las resonancias tónico emocionales son mutuas, múltiples, profundas y ponen en juego nuestro ser en su totalidad, consciente en una parte pequeña, inconsciente en su gran mayoría. Ponen en juego memorias escondidas, nos hacen pasar por el cuerpo, en otro rol, los espacios de crianza que dejaron marcas en nuestro propio cuerpo. Cuando nuestros hijos demandan, nuestra propia niña interna reacciona, con ansiedad, con miedo, con dolor, o con rabia por sus demandas no atendidas… Y esos ecos que nos resuenan en la crianza, en el acompañamiento, en la parentalidad en su totalidad, nos hacen más vulnerables y a la vez más imperfectamente humanas.
Muchas veces serán memorias más o menos alegres, pero sobrellevables que nos estarán hablando de la humanidad imperfecta de nuestra propia madre, de nuestro propio padre. Pero habrá otras veces que nos hable de situaciones que nos han dejado una huella más profunda. Y hay algunos casos en los que nos entraremos en contacto con carencias muy fuertes, ausencias que para un niño pequeño han sido casi insostenibles y que nos han dejado en un lugar de fuerte indefensión, del que salimos a través de corazas poco amables, pero necesarias como prótesis que salvar la situación.
Además, se trata muchas veces de cuestiones guardadas, sobre las que levantamos defensas, y nuestros hijos e hijas vienen de alguna manera a mostrarnos que esas defensas no funcionan. Nos sentimos atacadas y reaccionamos de forma exagerada, o sufrimos demasiado una situación que no es nuestra, pero que nos remite a algo nuestro. Y desde este lugar de movilización no consciente, no buscada, no deseada incluso, se nos hace difícil cumplir nuestro rol, nos altera y nos cuesta más acompañar a nuestro hijo/a en esos aspectos.
Sin embargo, esto que nos mueven nuestras hijas e hijos, estos temas que nos traen a la superficie pueden ser un regalo. Un regalo en el sentido de ser una nueva posibilidad, porque desde nuestro ser actual, adulto, más maduro y con más recursos, seguramente tenemos más posibilidades de sanar aquello que en su momento nos dejó una herida. O de aceptar, entender, comprendernos mejor y buscar cuál es la mejor manera de convivir con aquella cicatriz.
Aunque este regalo implique transitar la incomodidad, si nos decidimos a hacerlo seguramente saldremos fortalecidas y mejor dispuestas para seguir ejerciendo la parentalidad. Como dice Jesper Juul hemos establecido en el pasado estrategias de supervivencia, inevitables en su momento pero con un cierto grado de autodestrucción. Y llega un momento en el que debemos cambiarlas por estrategias de vida, que nos permitan tener una actitud constructiva con nosotras mismas y con las personas que amamos.
Muchas veces ocurre este movimiento: empezamos preocupadas por nuestras hijas/os y acabamos viendo que lo que nos moviliza esa preocupación es algo nuestro. Y poder identificarlo y separarlo es sanador, es una facilitador para nuestro rol, es un alivio para nuestros hijos/as que no tendrán que cargar con ello, y es casi una responsabilidad nuestra, de cara a poder aportar a nuestra familia.
Sé que no siempre es fácil, pero ayuda tener una actitud relajada frente a estas movilizaciones internas, de aceptación, sabiendo que nos ocurre a todas, e incluso de agradecimiento ante la posibilidad que nos abre a nivel personal.
Si tomamos lo que es nuestro, además, es más fácil que podamos acompañar a nuestros hijos e hijas sin cargarlos de lo que no les toca, y sin hacerles sentir que de ellos depende nuestro bienestar. Nuestros retoños nos movilizan, pero solucionar aquello que se ha movilizado es tarea nuestra. Y su propia situación no empeora ni mejora la nuestra, simplemente se trata de su propio recorrido que tenemos que acompañar, ni salvarlas/os ni vivirlo por ellos/as.
¿Y cómo encajar, como transformar todo aquello que nos movilizan? Requiere consciencia, deseo, constancia y muchas veces un acompañamiento externo que nos ayude a identificar tanto el nudo como sus posibles soluciones. Compartir con otras madres y padres nos puede ayudar a normalizar; y estar acompañados de forma profesional, nos puede permitir ganar la confianza y conseguir sostenernos para llegar a establecer unas estrategias que no sean simplemente de supervivencia, sino que nos permitan abrirnos a la vida.