Cuidar el equilibrio familiar

Artículo publicado en el número 77 de la revista Viure en família

Hace tiempo que la familia viene cambiando, multiplicando sus formas y sus maneras de hacer. Muchas y diversas familias van hacia un modelo en el que las necesidades de los más pequeños tienen un lugar privilegiado. Una parte cada vez más importante de la sociedad va comprendiendo la importancia de cuidar la infancia, de cuidar aquellos años fundantes que dejan marcas en la personas futuras, e incluso más, de cuidar el presente de los infantes. La intención está, aunque no siempre sepamos cómo hacerlo.

Una parte de esta comprensión viene del trabajo personal, y del deseo de mejorar el cuidado que hemos recibido nosotras mismas, las personas adultas. Queremos que nuestros hijos tengan una infancia feliz, y que no pasen por algunas situaciones por las que hemos pasado nosotras. Muchas familias empiezan un camino cuidado ya desde el embarazo, pensando y construyendo cómo quieren recibir a su bebé. Otras parten sin una idea tan clara, pero a medida que van vivenciando el cuidado de sus retoños van sintiendo que quieren hacer las cosas de otra manera.

Cuidamos su necesidad de contacto, incluso por encima de lo que algunas personas nos aconsejan; leemos libros y nos asesoramos sobre cómo realizar las distintas tareas de la crianza de forma respetuosa; elegimos con consciencia la escolarización, e incluso el ocio y las vacaciones son pensadas para darles experiencias enriquecedoras nuestros hijos e hijas. Nos mueve una gran responsabilidad, cercana a veces a la culpa, sobre el trazo indeleble que les dejaremos. Y algunas veces, en esta búsqueda de generar una nueva manera en el acompañamiento de la infancia nos perdemos de vista a nosotras mismas y nuestras necesidades, y nos olvidamos que las mamás y los papás no somos asistentes de nuestros hijos, sino más bien modelos que educamos a partir del ejemplo.

¿Qué tipo de modelo estamos siendo? ¿Qué percepción de la adultez tienen nuestras hijas e hijos? ¿Qué les estamos transmitiendo en relación al autocuidado, en la práctica?

En el tiempo que llevo acompañando niños/as y familias, y también en mi contacto cotidiano con familias del entorno de mis hijos, he visto muchas veces que ésta manera de criar acaba generando una crisis en las personas adultas, que a veces deviene en crisis en la pareja, y otras simplemente en una crisis personal. Y si bien esto tiene muchas explicaciones posibles, creo que hay tres cuestiones que están como trasfondo: no nos acabamos de posicionar en nuestro rol, somos muy exigentes con nosotras mismas, y nos postergamos, no nos nutrimos lo suficiente y de alguna manera se nos acaban las reservas. ¿Cómo nutrir si no estamos nutridas?

Nutrirnos para nutrir

Hay una imagen que utilizo cuando trabajo con mamás y papás, que se la debo a una estupenda profesora de yoga que me acompañó durante uno de mis puerperios: es la imagen de la mascarilla. Cuando nos subimos a un avión y nos explican las reglas de seguridad, uno de los puntos a los que hacen referencia es a que si llegara a ocurrir una despresurización de la cabina bajarían unas mascarillas de oxígeno que primero tendríamos que colocarnos nosotras y después colocaríamos a las y los niños cercanos: porque si no podemos respirar, tampoco podemos cuidar. Y con esta imagen busco que las mamás y los papás puedan hacer consciente cuál es su mascarilla, qué es lo que les da el oxígeno suficiente como para poder cuidar. Con qué se nutren para nutrir. Y cómo nuestra nutrición es condición necesaria para que podamos nutrir a otros. ¿Tenéis identificadas vuestras mascarillas? ¿Y las de la pareja?

Nuestro rol como “mapadres”

Jesper Juul nombra la responsabilidad adulta en la familia utilizando un concepto que resulta muy interesante de cara a poder combinar este papel de cuidar con el de nutrirnos. Él habla de ejercer la capacidad de liderazgo (1), como una manera de tener en cuenta las necesidades de los diversos miembros (incluidas las personas adultas), y poder articularlas. Esta tarea requiere asumirnos como responsables de lo que ocurra en el hogar, del clima y de las dinámicas que se den, y entender que al planificar lo que haremos (o no haremos), no sólo estaremos pensando en un miembro en concreto y sus necesidades, sino también en cómo afectan éstas al resto del sistema familiar y su equilibrio. Y que tomaremos las decisiones sopesando la situación global.

Está claro que cuando ponderamos las distintas necesidades también tenemos que valorar la urgencia que tienen. Es probable que delante de un bebé nos tengamos que postergar, pasar a ser, en palabras de Pepa Horno, segundas en nuestra propia vida (2). Pero eso no significa dejar de sentirnos ni quitarnos de agenda.

Cuando ejercemos esta capacidad de liderazgo pensamos tanto en necesidades (y deseos también, por qué no?), como en recursos (tiempo, energía, recursos materiales, etc.); y buscamos, como decíamos antes, poderlos articular teniendo en cuenta a todos los miembros de la familia. Puede haber alguien en la familia, o en momentos concretos de la historia de la familia, que necesite más recursos que los otros: porque tiene necesidades más acuciantes, porque tiene necesidades mayores, porque está pasando por un momento de crisis, etc. No se trata de dividir los recursos de forma igualitaria sino más bien diferenciada buscando la equidad. Pero al hacerlo tenemos que tener en cuenta qué dinámicas se generan a partir de esta forma concreta de repartir los recursos familiares, qué rol pasa a ocupar cada uno, qué mensaje estamos transmitiendo (por ejemplo en relación a las carencias, a las fortalezas, a la propia capacidad…). Y darnos cuenta que las situaciones son dinámicas e intentar no sostenerlas más allá de lo necesario. Si dedicamos de forma indefinida la mayoría de los recursos a un miembro que vemos más débil, le estamos dejando un mensaje de incapacidad permanente. Y si mantenemos el protagonismo absoluto de las necesidades de niñas y niños en la casa cuando van creciendo y ya no son bebés, ¿qué les estamos diciendo? ¿Qué pensarán sobre sus derechos y los nuestros?

La autoexigencia y sus consecuencias

Una de las cuestiones más importantes para poder ejercer nuestro rol es asumir que nos equivocaremos. Permitirnos cometer errores (con tranquilidad) es darnos permiso para actuar desde nosotros, seres humanos imperfectos y en desarrollo constante; porque si buscamos hacerlo todo bien, al final no podremos hacer nada salvo intentar seguir un “buen método” o estar permanentemente tensos. Y los infantes no necesitan métodos, necesitan estar acompañados y cuidados por personas adultas reales con las que puedan establecer vínculos. Además hablamos de equivocarnos sabiendo que tenemos la posibilidad de rectificar, de ajustar, de remendar y poder mejorar aquellas actuaciones con las que no estamos conformes, pero siempre asumiendo la responsabilidad de nuestros desaciertos. Sin olvidarnos que somos ejemplo, y que si no nos permitimos los errores, les estamos mostrando que equivocarse equivale a fracasar. Y no sólo eso.

Cuando somos exigentes con nosotras, de alguna manera les traspasamos esa exigencia aunque no queramos ejercerla sobre ellos. Y si sumamos esta exigencia en la manera de cuidar, a una postergación de nuestro autocuidado, ellos pasan a estar en el centro no sólo de su vida sino también de la nuestra y esto acaba siendo una presión muy grande sobre las y los niños de la familia.

Pero hay más: cuánto más exigentes seamos con nosotras mismas, incluso cuando esta exigencia sea desde el amor y las ganas de cuidarlos, peor reaccionaremos cuando veamos que no “damos la talla”, y se dará una extraña paradoja. Porque este estrés que nos auto provocamos nos acaba dejando nuestra peor versión de nosotras, y seguramente nos hace surgir muchas cosas que están en nuestra configuración de fábrica (3) y que son justamente aquellas que no querríamos repetir sobre nuestros hijos.

Ofrecer una experiencia comunitaria positiva

La familia es nuestra primera pequeña comunidad. Y en un contexto de tanto individualismo y exitismo creo que es importante que podamos tener una vivencia comunitaria positiva para desear apostar por la comunidad, por el nosotros además del yo.

Cuidar las necesidades vitales de cada uno, y también buscar el bienestar del nosotros, es una tarea compleja y preciosa que nos permite a las personas adultas colocarnos en nuestro lugar dentro de la familia, brindando un entorno de crecimiento en el que el respeto y la empatía puedan ser la guía de la relación con los otros. Somos seres sociales, y si bien iniciamos nuestra vida desde el egocentrismo (como una necesidad para poder conformar nuestra individualidad sin perdernos dentro del colectivo), un ambiente de crecimiento no nos debería generar una falsa sensación de ser el centro del mundo. Porque lo que necesitamos es ir transitando la búsqueda de un equilibrio entre cooperación e integridad, entre lo grupal y lo individual, de forma positiva para poder ubicarnos en una asertividad constructiva.

Y entre las necesidades que cada miembro debe cubrir, tenemos que tener especialmente en cuenta (en el ámbito familiar), la de pertenecer, y también la de recibir un feedback positivo de mi círculo más cercano.

El disfrute compartido

El equilibrio familiar es personalizado y dinámico, y oscila entre el bienestar de cada uno de los miembros y el bienestar de la familia como grupo, en el que dejamos de lado la individualidad y destinamos un tiempo al nosotros. Teniendo en cuenta, además, que cultivar un espacio familiar armónico es beneficioso para todos los miembros, para la fortaleza emocional de cada uno.

Así como hablamos de que cada persona del sistema familiar necesita cubrir sus necesidades, y también la pareja, la familia en su globalidad también necesita cubrir las suyas, que seguramente pasen por generar una dinámica familiar que nos permitan a todos estar satisfechos de pertenecer y tener ganas de cuidar la convivencia. Propiciando que la propia familia pueda resultar un nutriente para cada uno de sus miembros. Para proteger ese nosotros que funciona como una base segura que nos cuida y que nos da fuerzas; como un espacio de pertenencia en el que cada uno y cada una tienen su lugar.

¿Cómo generamos una dinámica familiar positiva? Creo que la clave está en tener espacios de disfrute compartido. Para eso no tenemos que buscar el momento perfecto, ni la actividad perfecta, sino seguramente bajar la exigencia en cada uno de los imperfectos momentos que vivimos juntos, como una costumbre que iremos construyendo. Pero buscando activamente el disfrute familiar con aquellas estrategias que más nos representen: podemos organizar excursiones que nos motiven a todos los miembros, podemos establecer algunos momentos “de familia” en la semana, e ir haciendo propuestas para esos ratos de forma rotativa. O simplemente encender una vela en la cena, dejar los móviles fuera y jugar a las adivinanzas como forma de conseguir un momento de presencia, que por ahí se empieza. Dejando de lado la idea de que cuando hayamos resuelto las diversas cuestiones que nos inquietan esos momentos de disfrute aparecerán de forma mágica, y buscando construirlos justamente en el mientras tanto. Porque, tal y como me va recordando cada tanto mi compañero, lo perfecto es enemigo de lo bueno.


  • (1) JUUL, Jesper (2012): Decir no, por amor. Padres que hablan claro, niños seguros de sí mismos. Barcelona. Herder.
  • (2) HORNO, Pepa (2011): Ser madre, saberse madre, sentirse madre. Bilbao. Desclee de Brouwer.
  • (3)ALEXANDER, J.J., SANDAHL, I.D.(2017): Cómo criar niñós felices. El método danés para desarrollar la autoestima y el talento de nuestros hijos. Madrid. Ediciones Temas de Hoy.

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