Los hermanos sean unidos… así empieza el Martín Fierro, un clásico de la literatura argentina. Y es verdad que esta máxima rige normalmente el deseo de las madres y los padres: nos satisface cuando vemos el amor que se profesan nuestros hijos (o hijas), entre sí, y nos preocupa cuando vemos que esto no ocurre. Y no sólo eso, sino que cuando hay peleas entre hermanas/os las madres y los padres sentimos una mezcla de incomodidad, responsabilidad, angustia y a veces hastío, ya que estar en un ambiente en el que hay peleas suele ser molesto.
Aquí se mezclan varios temas: primero nuestra lectura sobre el papel de los conflictos en las relaciones y en la vida, en segundo lugar nuestra capacidad para acompañarlos; pero además nuestra sensación de responsabilidad en mantener la armonía del hogar, nuestro cansancio si las peleas son muy frecuentes, nuestro deseo de que estas personitas a las que amamos se profesen también amor entre ellas, y muchas veces el sentir que fracasamos si no conseguimos evitar estas peleas.
¿Tenemos, los padres y las madres, responsabilidad en cómo se da la relación entre los hermanos/as? ¿Tenemos que hacer algo por remediarlo? ¿Cuál es nuestro papel?
Es muy difícil definir nuestro grado de responsabilidad “en general”, porque cada caso es único. Creo que cada una y cada uno lo puede al menos intuir si analiza su actuación frente a sus hijos/as.
A riesgo de repetirme, vuelvo a sacar un concepto de Jesper Juul que me parece muy clarificador en relación a nuestro rol como personas adultas de la familia: debemos ejercer nuestra capacidad de liderazgo para cuidar a cada miembro y al ambiente que se genera. Y retomando también algunas cuestiones de las que ya he hablado en otros artículos, esto de cuidar tiene que ver con cubrir las necesidades básicas, incluyendo el amor bien entendido (aceptación, atención y ternura), y asegurarnos su pertenencia a la familia con un lugar único y singular. En este caso concreto, hablando de hermanos/as, me parece importante agregar: que este lugar que ocupa cada descendiente no ha de ser en relación a los “otros hijos/as”. Mi lugar no puede ser el de “hija mujer y menor”, ni “más responsable que…”, sino un espacio que me acepte tal cual soy, que me de atención y cubra mis necesidades únicas (y cambiantes).
¿Estoy ejerciendo este rol como madre/padre? ¿Tengo momentos de atención exclusiva con cada hijo/a? ¿Cómo son estos momentos? ¿Cómo creo que se sienten mis hijos (cada uno/a), en relación a la dedicación que les brindo? ¿Puedo disfrutar estos momentos?
También creo que es interesante, a la hora de valorar si favorecemos o no un buen vínculo entre hermanos/as, es mirar cómo ha sido el proceso de llegada del nuevo miembro, si hemos podido dar lugar a la expresión de los diversos sentires que ha despertado esta llegada teniendo en cuenta que cada cambio requiere un duelo de la situación anterior. Y que el dar lugar no sólo tiene que ver con lo que hemos hecho frente a lo que ha expresado nuestro primogénito, sino más bien con lo que estábamos permitiendo que se exprese.
De hecho podríamos ir más allá y pensar, con respecto a nosotras mismas: ¿nos permitimos sentir el duelo por aquella familia que nunca volveríamos a ser, junto con la alegría de la llegada del nuevo miembro? ¿Nos permitimos sentir miedo ante el cambio que se nos venía?
Otro tema que es importante mirar es si permitimos que se relacionen entre ellos, o si buscamos mediar esta relación. La mediación tiene un sentido para acompañar la diferencia de edad y de fuerzas, pero a veces está impidiendo que el vínculo directo entre hermanas/os vaya creciendo y fortaleciéndose. ¿Creemos que no pueden solos? ¿Vemos a alguno/a muy débil?
Pero después de revisar nuestro papel, creo que también toca revisar nuestras expectativas y creencias. ¿Creemos que un vínculo ha de estar exento de conflictos? ¿Asumimos que su vínculo es suyo y que lo construyen, dentro del marco que les damos, de forma autónoma? ¿Entendemos que cuando este vínculo es fuerte, muchas veces los hermanos utilizan ese espacio seguro para probar herramientas sociales y que los conflictos entre ellos son una hermosa oportunidad para crecer y adquirir estas herramientas?
Como en todos los conflictos, nos toca acompañar de cerca y asegurar que las dos partes se sientan cómodas para expresar. Y si bien sopesaremos las situaciones en función de la diferencias de edad, tal vez sea bueno abandonar la idea justicia como objetivo absoluto y permitir las imperfectas soluciones que van surgiendo, acompañando la percepción de cómo siente cada parte implicada esas soluciones para que sea su satisfacción o insatisfacción lo que les permita decidir si la solución es buena o si toca, ese día o la próxima vez, seguir buscando.
Y como en todo, dar lugar a los procesos, a las construcciones (en este caso dar lugar a que se construya el vínculo entre nuestros hijos/as), requiere tiempo, y confianza. Tiempo para dar atención y compartir con cada una de las personitas a nuestro cuidado, para que se sientan amadas. Tiempo para acompañar de cerca los conflictos sin cortarlos ni solucionarlos desde fuera, pero poniendo mirada e interviniendo cuando sea necesario para evitar que se estanquen los roles. Y confianza para darles lugar a construir su propio vínculo, entendiendo que si no han de competir por nuestro amor, podrán hacer crecer el tan anhelado amor entre hermanos/as.